Audio tour Entorno del Castillo Hearst
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Update Required To play the media you will need to either update your browser to a recent version or update your Flash plugin.Camino a la Cuesta Encantada: San Simeón y su entorno.
La costa central de California tiene un encanto difícil de explicar… y fácil de sentir.La carretera serpentea junto al Pacífico, con un asfalto que parece fluir pegado a la tierra como un lazo oscuro.
A la izquierda, el océano respira con calma, dibujando una franja infinita de azules cambiantes; a la derecha, colinas onduladas se cubren de pastos que en primavera reverdecen y en verano se tornan dorados, como un mar de trigo mecido por el viento.
Estamos en San Simeón, un pequeño y apacible rincón donde el tiempo parece medirse por el ritmo de las olas. Antes de que el apellido Hearst se ligara para siempre a estas tierras, aquí vivían comunidades nativas que aprovechaban los recursos del mar y de los bosques cercanos. Más tarde llegaron exploradores españoles, misioneros y rancheros que, atraídos por el clima y la fertilidad del suelo, se establecieron en esta costa remota.
En 1865, George Hearst, un exitoso empresario minero, compró gran parte de esta zona. Lo que buscaba no era una inversión urbana, sino un retiro: un vasto rancho junto al mar. Estas tierras quedaron en manos de la familia durante décadas, y gracias a ello gran parte del paisaje se mantuvo intacto, protegido de la urbanización que transformó otras zonas de California.
Hoy, San Simeón es un lugar de contrastes. A pocos pasos de la playa puede encontrarse con colonias de focas elefante descansando sobre la arena, mientras en las colinas, si se fija bien, verá un espectáculo aún más insólito: cebras pastando junto a ganado vacuno. Son descendientes de animales exóticos que formaron parte de un zoológico privado instalado en la colina hace casi un siglo. Aquella colección incluía jirafas, antílopes y hasta osos polares. Aunque la mayoría desapareció hace mucho, las cebras se adaptaron al clima y se convirtieron en habitantes permanentes de este paisaje.
El punto de partida oficial de la visita al castillo es el Centro de Visitantes. Aquí encontrará una cafetería con vistas al océano, una tienda de recuerdos y una pequeña exposición que introduce la historia de la finca. Fotografías en blanco y negro muestran cómo la colina, antaño un campamento rústico, se transformó en un complejo monumental. Incluso hay maquetas y objetos que ayudan a entender la magnitud del proyecto que está a punto de descubrir.
Desde el Centro de Visitantes, un autobús especial le llevará colina arriba. La carretera se enrolla en curvas cerradas, ganando altura poco a poco. En cada giro, el panorama cambia: de repente aparece una cala escondida; en otro punto, el Pacífico se abre en un horizonte inabarcable. Más adelante, las vistas se llenan de encinas retorcidas y eucaliptos que perfuman el aire con notas frescas.
Mientras sube, es fácil imaginar cómo era este trayecto hace un siglo. Coches de época con choferes uniformados transportaban a los invitados hasta la cima. El viaje, entonces como ahora, no era solo un traslado: era el prólogo de una experiencia. Cada curva ofrecía un adelanto, una pista de la magnificencia que aguardaba más arriba.
A medida que se aproxima a la cima, la vegetación empieza a dejar escapar destellos de arquitectura: un muro blanco que asoma entre los árboles, una barandilla tallada, un campanario distante. Poco a poco, la expectativa crece. Y entonces, casi sin aviso, aparece la Casa Grande, coronando la colina con sus torres gemelas inspiradas en una catedral española. La piedra clara brilla bajo el sol, y a su alrededor, terrazas ajardinadas parecen flotar sobre el mar.
Este es el umbral de la Cuesta Encantada, un lugar donde la naturaleza y la fantasía se abrazan. En unos minutos, cruzará sus límites y escuchará historias que han viajado casi un siglo para encontrarse con usted aquí, en la cima de una colina que mira al Pacífico.
- 1 Piscina Neptuno
- 2 Casa grande, fachada y gran salon
- 3 comedor y cocina
- 4 piscina romana y otros espacios interiores
- 5 casas de huespedes, Monte, Sol y Mar
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La costa central de California tiene un encanto difícil de explicar… y fácil de sentir.La carretera serpentea junto al Pacífico, con un asfalto que parece fluir pegado a la tierra como un lazo oscuro.
A la izquierda, el océano respira con calma, dibujando una franja infinita de azules cambiantes; a la derecha, colinas onduladas se cubren de pastos que en primavera reverdecen y en verano se tornan dorados, como un mar de trigo mecido por el viento.
Estamos en San Simeón, un pequeño y apacible rincón donde el tiempo parece medirse por el ritmo de las olas. Antes de que el apellido Hearst se ligara para siempre a estas tierras, aquí vivían comunidades nativas que aprovechaban los recursos del mar y de los bosques cercanos. Más tarde llegaron exploradores españoles, misioneros y rancheros que, atraídos por el clima y la fertilidad del suelo, se establecieron en esta costa remota.
En 1865, George Hearst, un exitoso empresario minero, compró gran parte de esta zona. Lo que buscaba no era una inversión urbana, sino un retiro: un vasto rancho junto al mar. Estas tierras quedaron en manos de la familia durante décadas, y gracias a ello gran parte del paisaje se mantuvo intacto, protegido de la urbanización que transformó otras zonas de California.
Hoy, San Simeón es un lugar de contrastes. A pocos pasos de la playa puede encontrarse con colonias de focas elefante descansando sobre la arena, mientras en las colinas, si se fija bien, verá un espectáculo aún más insólito: cebras pastando junto a ganado vacuno. Son descendientes de animales exóticos que formaron parte de un zoológico privado instalado en la colina hace casi un siglo. Aquella colección incluía jirafas, antílopes y hasta osos polares. Aunque la mayoría desapareció hace mucho, las cebras se adaptaron al clima y se convirtieron en habitantes permanentes de este paisaje.
El punto de partida oficial de la visita al castillo es el Centro de Visitantes. Aquí encontrará una cafetería con vistas al océano, una tienda de recuerdos y una pequeña exposición que introduce la historia de la finca. Fotografías en blanco y negro muestran cómo la colina, antaño un campamento rústico, se transformó en un complejo monumental. Incluso hay maquetas y objetos que ayudan a entender la magnitud del proyecto que está a punto de descubrir.
Desde el Centro de Visitantes, un autobús especial le llevará colina arriba. La carretera se enrolla en curvas cerradas, ganando altura poco a poco. En cada giro, el panorama cambia: de repente aparece una cala escondida; en otro punto, el Pacífico se abre en un horizonte inabarcable. Más adelante, las vistas se llenan de encinas retorcidas y eucaliptos que perfuman el aire con notas frescas.
Mientras sube, es fácil imaginar cómo era este trayecto hace un siglo. Coches de época con choferes uniformados transportaban a los invitados hasta la cima. El viaje, entonces como ahora, no era solo un traslado: era el prólogo de una experiencia. Cada curva ofrecía un adelanto, una pista de la magnificencia que aguardaba más arriba.
A medida que se aproxima a la cima, la vegetación empieza a dejar escapar destellos de arquitectura: un muro blanco que asoma entre los árboles, una barandilla tallada, un campanario distante. Poco a poco, la expectativa crece. Y entonces, casi sin aviso, aparece la Casa Grande, coronando la colina con sus torres gemelas inspiradas en una catedral española. La piedra clara brilla bajo el sol, y a su alrededor, terrazas ajardinadas parecen flotar sobre el mar.
Este es el umbral de la Cuesta Encantada, un lugar donde la naturaleza y la fantasía se abrazan. En unos minutos, cruzará sus límites y escuchará historias que han viajado casi un siglo para encontrarse con usted aquí, en la cima de una colina que mira al Pacífico.
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